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Redacción
GtoViaja!
Una vez al año, los habitantes de San Miguel de Allende, la mejor ciudad del mundo y Patrimonio Cultural de la Humanidad, se transforman en otras personas, en otros personajes, en otros seres, espectros, demonios o hasta planetas que no temen ser vistos por las masa, al contrario, modelan, desfilan, se vuelven locos en un jolgorio masivo de algarabía que contagia sus calles.
El desfile de los locos es una de las tradiciones más allegadas y divertidas para los sanmiguelenses, se trata de un festejo que proviene de la tradición en la que los hortelanos caminaban por las calles de San Miguel regalando frutos. Hoy esos comestibles se han transformado en dulces que son lanzados por el aire y que permiten un vínculo fraterno entre locos y espectadores; aventar los caramelos es símbolo de abundancia y el que alguien los atrape en el aire genera una especie de retroalimentación festiva que, para describirla, necesita vivirse forzosamente.
Cada año, los participantes se unen a “cuadros” (grupos de personas que se organizan para caracterizarse de algo en particular), pero desde varios meses atrás, para poder planear el disfraz, la logística, la compra de dulces, la música y hasta los movimientos que harán durante el desfile.
El año pasado, por ejemplo, hubo 8 mil personas disfrazas desfilando por las calles de San Miguel, las cuales fueron vistas por 52 mil espectadores. Regularmente, la salida de los cuadros de locos, es en el templo de San Antonio, donde se oficia una misa para el buen desarrollo del evento. Al terminar la celebración, todos se reúnen en la salida a Celaya, para esperar su salida. Hasta antes de este punto, todos aún, son personas cuerdas.
Al arrancar el desfile, la enfermedad se contagia en hordas que viajan a la velocidad del sonido. Todos se vuelven locos y se dejan llevar por el maremágnum de la fiesta, por el confort del anonimato y la curiosa satisfacción de convertirse, aunque sea por un día, en otras personas, seres u objetos. Viva la lluvia de dulces.
Durante casi cuatro horas, las bandadas de seres alados, jaurías de bestias y las manadas de licántropos recorren bailando las calles más céntricas de la mejor ciudad turística del mundo; lo más confortante es que su intención no es la de morder, chupar sangre o sacar los ojos, pero sí la de, imperdonablemente, contagiar de la emoción catártica.
La imaginación siempre es el límite para los lunáticos y como esta ve sus límites en los sanmiguelenses, el desborde de creatividad impresiona hasta los mejores diseñadores. No hay restricciones: héroes, luchadores, heroínas, monstruos, animales mitológicos, seres de cuentos, personajes de películas, de mangas, de caricaturas, de novelas. Todos son bienvenidos y prácticamente de todos recorren sin empacho las calles empedradas de ésta ciudad colonial.