Metalistería

Guanajuato, Gto.

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La familia Suárez, sobre todo los varones, han practicado el oficio de la metalistería desde los primeros años del siglo XX hasta la fecha. La trayectoria de esta familia comienza con los hermanos Alfonso y Felipe Suárez Hernández oriundos del estado de Querétaro, quienes llegaron a establecerse a la ciudad de Guanajuato y, ya traían consigo la destreza en la elaboración de juguetes de hoja de lata como: trompos, matracas, carritos, carruseles, globitos y utensilios domésticos como cubetas, los cuales vendían los fines de semana en ferias regionales.

Estas enseñanzas las habían aprendido de sus padres. En particular Alfonso Suárez “no sabía dibujar, dibujaba con tijeras”, y él se convirtió en un férreo artesano que gustaba por la forma antigua de hacer las piezas, es decir: “todo manual”.

Para el año de 1963, se dio el encuentro entre el Dr. Virgilio Fernández del Real (de origen español) y Alfonso Suárez lo cual marcaría una nueva etapa en el proceso artesanal de la familia. Misma que se caracterizó por la creación de piezas decorativas como faroles y lámparas entre otras, y el aprendizaje del estilo marroquí.

Estas nuevas piezas tenían un valor más elevado que los juguetes. Y en no menos de seis meses la producción aumentó y sólo se trabajó un 20 % en juguetes y un 80% en faroles.

Sin embargo, entre los extranjeros, perduraba el gusto y rescate por las piezas artesanales, y Virgilio Fernández del Real le encargó al señor Alfonso tres colecciones iguales de juguetes: “una de ellas se encuentra enla Casa-MuseoGeneByron […] otra se la regalé a José Chávez Morado, para ponerla en Granaditas […] y la otra la regalé a un museo en San Antonio”.

Mientras tanto, desde el año de 1955 ya se había  incorporado al taller, el hijo de Felipe Suárez, Ramón Suárez Aguayo que entonces contaba con 10 años de edad. Como aprendiz don Ramón  comenzó: “cortando el molde del juguete, después a armar. Fue como aprendí, viéndolos nada más ahí y fue como aprendí ayudándolos”, y siguiendo los consejos de sus maestros siempre se percató de que las piezas fueran hechas a mano “a la manera tradicional”.

Con el paso de los años Ramón Suárez  Aguayo fue un digno representante de la dinastía Suárez, y a la muerte de su padre y de su tío abuelo se quedó como maestro del taller. Le traían los diseños: “pero el que tenía que saber las técnicas o cómo hacerlas o inventarlas, en su momento, era el mismo artesano. Casi no tomó cursos no tomó nada de eso”. Así se mezclaron las ideas de trabajar conforme a lo antiguo sumándose la calidad de las piezas que siempre busco Ramón Suárez Aguayo.

Y es que, Ramón tenía cualidades que le favorecieron para dirigir el taller y elaborar diseños: “[…] yo desde entonces me fijaba que él tenía no una visión pero él tenía parte de líder. Él desde entonces comenzó a crear esto, le enseñó mi abuelo, pero después se relacionaban más [los clientes] con mi papá”, porque tenía la facilidad de idear nuevos moldes “siempre estaba ideando”, o sacar los diseños que le mostraban los clientes. Además se percataba de establecer precios, qué material se requería, así como las fechas de entrega.

Destacaba porque: “[…] era responsable, una persona que le gustaba su trabajo que se le veía en cuanto el cliente llegaba, se le veía que le gustaba su trabajo. Le gustaba esto. Y que nunca desistió durante sus cuarenta seis años de trabajar […]”. Para él horario de trabajo no importaba, llegaba al taller a temprana hora 7:00 a.m. y se iba a comer y regresaba de nuevo: “y todo el día no dejaba de idear, no dejaba de pensar”, era muy cuidadoso con su trabajo, así es como lo recuerda Juan Carlos Suárez, el menor de sus hijos.

Ahora bien, su preocupación por transmitir las enseñanzas de su oficio sobre todo en la elaboración de juguetes lo llevaron a ofrecer cursos al público, enla Casa-MuseoGene Byron; y en su familia él fue quien les enseñó tanto a sus dos hijos, como a sus cuñados y sobrinos.

Pero, para el año 2006 Ramón Suárez Aguayo comenzó a padecer una enfermedad dejando así la dirección del taller a su hijo Juan Carlos Suárez.  Lamentablemente un año después  murió a causa de un cáncer dejando a su hijo menor como encargado. En la actualidad Juan Carlos Suárez sigue como encargado apoyado por su hermano Ramón Suárez y otros compañeros.

Pero ¿cómo le nació el gusto a Juan Carlos Suárez por este oficio? Recuerda que le surgió por el olor a la brea[1]: “[…] porque hay ocasiones que, uno se acuerda de las cosas por el olor. Y mi papá siempre cuando llegaba a la casa a comer, por las tardes, llegaba oliendo. Tenía ese olor, ese olor le salía […]”fue ese olor y la curiosidad por lo que hacían en el taller lo que fue atrayendo a nuestro joven artesano.

Y con el paso de los años, durante su adolescencia Juan Carlos Suárez, después de concluir sus estudios de secundaria, supo que la escuela no era para él. Y su padre lo motivó para acercarse al taller y como aprendiz sus primeras enseñanzas eran: “pulir y limpiar era lo único que hacía. Él [su padre] me empezó a jalar para que aprendiera. Había que echar a perder para poder hacerlo y era lo que yo hacía. Fui aprendiendo a cortar lámina, a cortar vidrio de todo. Aquí se aprende de todo.”.

Heredero pues de los saberes metalisteros, Juan Carlos Suárez ha sabido mantener el buen trato con el cliente y es algo que le ha dado resultados, sobre todo mantener la buena disposición: “[…] nunca me dices que no siempre me dices que sí […]”, y es por eso que sus clientes creen en lo que la familia Suárez hace.

Juan Carlos al igual que su padre comparten el gusto por el diseño, como dice él: “siempre se está ideando”, y un diseño siempre hay que mejorarlo. A diferencia de su padre que gustaba por la elaboración de candelabros, Juan Carlos tiene un gusto por los faroles y los marcos para espejos. En cambio su hermano Ramón Suárez goza de hacer las pantallas obelisco y los huracanes para velas.

Tal como vemos, las piezas que ahora elaboran en su gran mayoría son decorativas como: faroles, lámparas, pantallas obelisco, platones, alhajeros y cabeceras, por mencionar algunas; aunque están abiertos a lo que pida el cliente.

Así la familia Suárez continúa preservando las enseñanzas que les legaron sus ancestros, y tratan de transmitirlas ahora a sus sobrinos quienes ya se acercan al taller y han comenzado con las tareas de un aprendiz[2].

En lo que respecta a las mujeres de la familia éstas no colaboran directamente en el proceso de elaboración de las piezas. Pero sí en otras tareas que no dejan de tener su importancia; por ejemplo, Esther Casillas viuda de Ramón Suárez está al pendiente de la limpieza de las piezas cuando éstas van a ser exhibidas, al igual que la esposa de Juan Carlos Suárez, Clara Ortíz Vargas quien además de esta actividad, interviene en las ventas. Y una de las hijas de Ramón Suárez Aguayo es la encargada de llevar la contabilidad del taller.

*

Así pues en este apartado hemos visto cómo ha sido el proceso de vida artesanal de los Suárez desde inicios hasta la actualidad, así como lo que ha caracterizado a los maestros de estas tres generaciones y la participación de otros miembros de la familia.

 

Ante todo la calidad…

Son varios los elementos que distinguen el trabajo de la familia Suárez mismos que permiten que se mantengan en el gusto del cliente.

Primeramente está el uso del estilo marroquí[3], ya que es común ver sus faroles y alhajeros, a diferencia de algunos faroles de San Miguel de Allende que usan las canicas para decorarlos.

En segunda está la calidad que está impregnada en todo lo que hacen por ejemplo, cuando eligen el calibre del material[4], al aplicar la técnica: “nomás le ponen dos o tres florecitas”. Ramón Suárez Aguayo en este sentido pensaba que era más importante: “el esforzarse por la calidad no por la cantidad. Si hay una persona que saca veinte piezas al día y tú sacas dos, preferible sacar las dos, pero esas dos te van a salir de calidad […] hay que hacer las cosas bien no hacerlo al aventón”. Y esto permite que la experiencia artesanal de los Suárez cumpla con las exigencias dependientes del mercado actual, mostrando con esto la capacidad que tiene el ser humano, en este caso los artesanos de adaptarse a los procesos de vida laboral.

Por ejemplo, cuando soldan las piezas:

[…] porque hay veces que por ser muy limpios le ponen poquito que apenas se alcanza a ver, pero ¿cuánto tiempo va a durar ese puntito? porque se va a desoldar. Entonces trata de que, se va a ver la soldadura, pero digo, va a estar muy bien soldada y ¡va a durar años la pieza!

En tercer lugar está el diseño, pues ellos mantienen un apego por lo antiguo: “[…] son las más profesionales y son las que en realidad deben de ir. Nada ha cambiado mismas que de las piezas, nada ha cambiado de las más viejas”[5], han sacado diseños viejos de hace sesenta años y siguen en el gusto de los clientes, como las estrellas. Aunque existen algunas innovaciones como las pantallas obelisco[6], y el espejo que  lleva un dibujo de hace años. Y más que nada tratan de hacer los diseños de acorde con el espacio donde irá la pieza, por ejemplo si es un estilo colonial pues eligen una pieza que armonice.

Un elemento también importante es el costo de sus piezas: “[…] En realidad lo que estamos cobrando más es nuestro trabajo, porque tardamos a veces un día o dos […] porque vale la pena por el trabajo que se ve luego, luego en la pieza”, así los Suárez valoran su trabajo.

Por otro lado, están los clientes, que digamos son el complemento de este proceso de compra-venta: “Pues yo siempre los he tratado como mi papá los trataba porque si son los que nos da de comer y son los que están pidiendo, pues hay que tratarlos bien […]”, y esto ha sido vital para que los clientes se sientan satisfechos. En la actualidad conservan un 50% de los clientes que abastecía Ramón Suárez Aguayo. Y el resto son clientes que han ido adquiriendo por su asistencia a exhibiciones y por la relación que han entablado con otros artesanos[7].

Sus clientes son variados entre: ingenieros, arquitectos, restauranteros y familias, pero la disposición de trabajo con sus compradores no cambia, por el hecho de que sea una familia “que vive en una casa de interés social que con la que vive en un castillo […]”, para ellos todos son clientes y merecen ser escuchados de igual manera.

El origen de los consumidores varía algunos son de: la ciudad de Guanajuato, Salamanca, Ciudad de México, Zacatecas, Monterrey, Baja California, Estados Unidos, España, Japón y Alemania. Es por ello que es importante: “[…] estar abierto a lo que pidan…a las sugerencias. Entonces uno ya le da entrada para que confíe en uno de lo que está haciendo. Y es la confianza que uno le tiene al producto […]”, esta es parte medular del ser del artesano que tenga confianza en su producto para que no lo malbarate como sucede en algunos casos.

Además los Suárez, se han auxiliado en catálogos, páginas web y exhibiciones lo que les ha permitido promover aún más sus piezas.

En lo que respecta a la impartición de cursos, en especial Juan Carlos Suárez, le dio continuidad a esta labor que inició su padre enla Casa-MuseoGeneByron. Sin embargo, en la actualidad los ha dejado de lado, debido a la carga de trabajo aunque prevé que un futuro no muy lejano  los retome.



[1] Es la sustancia líquida-pegajosa que sale de los árboles, de los pinos viejos. La sustancia se utiliza en la punta del cautín, y cuando está caliente se hace líquida y se rosa con la soldadura para poder soldar las piezas.

[2] Que van desde pulir y limpiar.

[3] Estilo que trabajan influenciados por Virgilio Fernández.

[4] Por lo general, el material que usan es: alpaca, cobre, latón, hoja de lata.

[5] Esto implica además que todo se hace a mano, se siente orgullosos de no usar máquinas como troqueles. Juan Carlos Suárez Casillas, entrevista citada.

[6] Lámparas de buró que terminan en pico van perforadas o de vidrio. Ellos las trabajan en latón, cobre y hoja de lata. Juan Carlos Suárez Casillas, 16 de noviembre de 2011, entrevista citada.

[7] Puesto que Juan Carlos Suárez gracias a su relación con otros artesanos que trabajan la cera, ahora le hace nichos y resplandores para vírgenes.

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