Redacción
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Dio inicio la ´Fiesta del Espíritu´, el Festival Internacional Cervantino en su edición 42. Contando con la presencia de los príncipes Akishino de Japón.
Durante su participación en la ceremonia inaugural, el príncipe Akishino hizo votos para profundizar en la relación cultural y artística entre Japón y México, pero principalmente en el desarrollo de las relaciones de amistad, al ser parte de uno de los acontecimientos más significativos llevados a cabo entre ambos países con su asistencia al Festival cultural más relevante de América Latina y a uno de los cinco más importantes del Mundo.
Durante esta ceremonia la perfección teatral del maestro José Solé y las emblemáticas imágenes del fotógrafo Rodrigo Moya, ambos condecorados con la máxima distinción de este Festival: la presea FIC 2014.
Para este año el festival contará con la participación de edición 42 de más de 3,700 artistas de 40 países en
685 actividades de música, ópera, teatro, artes visuales, cine y danza que se realizarán durante 19 días en la capital Cervantina de América.
De este nutrido grupo de participantes, 1100 artistas son originarios del estado de Guanajuato conocido hoy como el “Destino Cultural de México”, el cual podría tener una derrama económica estimada de 400 millones de pesos que generarían más empleo y turismo en la entidad, reiteró el Ejecutivo Estatal.
El evento inaugural contó con la presencia de la presidenta del sistema DIF Estatal, María Eugenia Carreño de
Márquez; del presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Rafael Tovar y de Teresa; el embajador de Japón en México, Suichiro Megata y Katzir Meza, presidente de CONARTE en Nuevo León.
Rodrigo Moya
El archivo de Rodrigo Moya, quien es originario de Colombia, donde nació en 1934, está formado por 40 mil negativos, mismo que mantuvo bajo llave por 30 años, hasta que en 1998 decidió clasificarlo y comenzar a exponerlo al público en general.
Moya recibió la presea, una escultura metálica, de manos de Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), y representante en esta ocasión del Presidente de la República.
El fotógrafo nacionalizado mexicano, inició su trayectoria en el semanario nacional Impacto en 1955. Con su cámara registró la invasión de Estados Unidos a República Dominicana y a Panamá, mientras su fotorreportaje Guerrilleros en la niebla, publicado por el periódico inglés The Guardian siguió a la insurgencia venezolana en la Sierra Falcón, donde se suponía que el Che Guevara militaba.
Por su parte, el director de teatro, José Solé, quien nació en 1942 en la Ciudad de México, fue coordinador Nacional de Teatro de Bellas Artes y fundador de la Compañía Nacional de Teatro, debutó con el montaje de Antígona, de Anouilh, con la que se había iniciado una década atrás, en 1948, también como actor.
La presea a Solé fue entregada por el gobernador de Guanajuato, Miguel Márquez. El creador subió al estrado donde a través de un video testimonial, recordó que su familia quería que fuera médico, pero él ya había iniciado un club de teatro en la colonia Mixcoac y al entrar en la Facultad de Medicina se decantó por las artes escénicas.
Solé aprendió a dibujar y pintar gracias a su abuelo, y estudió escenografía y diseño en la escuela La esmeralda. El director, aquejado por un problema en las cuerdas vocales, cuenta que los dramas personales (no los de escena) los toma con sentido del humor, ya que ha tenido la gracia de los dioses por dedicarse a lo que ha querido: el teatro.
Antes de la entrega de la Presea, Volpi, director del FIC, dio la bienvenida al Festival con una reflexión en torno a la necesidad de la cultura en tiempos “salvajes”.
Comentó que, si hoy abrimos un diario, nos sentamos frente a un noticiario televisivo o dejamos que nuestro teléfono nos informe en directo sobre el estado del mundo y de nuestro país, tendríamos que admitir que seguimos siendo salvajes.
“Bastaría enterarnos de las tragedias que cimbran a Siria o Irak o, más cerca de nosotros, de los brutales asesinatos de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa, en Iguala, para perder cualquier confianza en el género humano. Seguimos dominados por prejuicios ancestrales, por el ansia de poder o la venganza, y olvidamos a diario que todas las vidas humanas poseen el mismo valor”, dijo.
Aunque señaló que si bien estas tendencias asesinas y excluyentes permanecen arraigadas en nosotros, también es cierto que, desde épocas inmemoriales, los seres humanos hemos buscado conjurarlas a través de ese conjunto de manifestaciones que solemos llamar “arte”.
“Todas las culturas comparten esta vocación por la danza y la poesía, el teatro y la música, como si supiéramos que son el único bálsamo frente a la barbarie. Por eso el arte no es un simple entretenimiento ni una mera forma de evadir el horror cotidiano, sino una fuerza que nos permite indagar en lo más profundo de nosotros mismos con la esperanza de llegar a conocernos mejor. Si el arte no garantiza nuestra redención, al menos nos permite reconocer nuestras flaquezas y delirios, y transformarnos, por un instante, en otros: en los otros. En nuestros semejantes”, agregó.
